FUGACIDAD ETERNA
Comencé
a correr siguiendo la vida pero ahora, como entonces, corro porque
estoy vivo y corro para seguir vivo. A diario me acostumbré a
conversar contigo, voz de mi conciencia, a escuchar tus sugerencias
cuando en un murmullo insinuabas que a mi cuerpo y a mi alma les
había atacado una suerte extraña de locura y yo no comprendía tus
palabras, pues nunca creí, ni ayer ni hoy, tener el juicio perdido.
Alguna
vez, confieso, es cierto que me engañaba a mi mismo y a la sombra
que me hostigaba y que solo se atrevía a adelantarme cuando
encontraba el sol a mi espalda. Pero no por eso era menos firme mi
ardor ni más débiles mis creencias.
Me
amonestabas por dar motivos al cansancio para acudir a mi cuerpo, por
llegar rendido a las noches, pero en las mañanas y ante el espejo
veías cómo la sonrisa volvía a mi rostro.
No
hacían mella en mí tus riñas cuando me acusabas de ir de aquí
para allá como un fantasma, de contar los pasos con la mirada, de
repetir cada senda; no parecías darte cuenta de que me gustaba
frecuentar los caminos en que por siempre me hallé feliz.
De
igual forma que en el pasado, permanece aún hoy intacta en mí la
locura, aunque me regañes una y mil veces por caer y no me ayudes a
ponerme en pie; sí, loco soy y quizá siempre lo seré aunque me
reprendas por tropezar y no me aplaudas al levantarme.
Me
tildabas de ser un inconsciente, me culpabas de imprudente. Siempre
escuché tus discursos, pero un impulso mayor me atraía y era algo
que sentía más fuerte que mi conciencia, más intenso que la
cordura que defendías.
Si
aún a día de hoy sigues opinando que soy un inconsciente, que la
edad no me ha hecho madurar, que creo aún ser el tímido adolescente
que un día descubrió el mundo a través de sus zancadas, cuán
equivocados son tus pensamientos pues ahora sé más del valor, la
fuerza y la voluntad que crecieron junto al recuerdo de mis
conversaciones contigo.
Si
acaso consideras que es la inconsciencia lo que me lanza a la arena,
lo que provoca mis traspiés, es que no sabes que es el menor precio
que pago cuanto mayor es el entusiasmo que pongo, y que no ignoro
sin embargo que volveré a perder el equilibrio y lastimaré mi
cuerpo en la caída, pero no así mi orgullo que sabrá reaccionar
para erguirse intacto de nuevo.
Porque
si aún así continuas creyendo una imprudencia no parar ante el
agravio que supone mi dolor, si piensas que abandonar es la mejor
opción, es que no conoces la pasión que a mis zancadas alumbra.
Y
sé que te convenceré, a ti, la voz de mi conciencia, y un día
escucharé de tu boca, que es la mía, un susurro que reconocerá su
error diciéndome : "Cuanta razón tenías, cuanta cordura en tus
zancadas, sé loco, no dudes, no zozobres, no vaciles, no te dejes
persuadir por el paso inexorable de los años, ni por conciencias
ajenas, sigue tu instinto que él sabrá dónde llevarte, sigue
persiguiendo el futuro, porque la vista de los sueños es tu seguro
de vida "
Y
sé que este susurro que llegará a mis oídos, a través de tu boca,
que es la mía, este susurro que saldrá del fondo de mi mente me
hará estar en paz conmigo mismo, en paz con el mundo y en paz con
mis zancadas.
Ahora
sabes que mi demencia no fue una moda pasajera sino una fugacidad que
en el tiempo se hizo eterna, que juiciosos y no inconscientes son los
pasos que hasta aquí me han traído y sensatos y no imprudentes los
actos que al presente me han conducido y que mi destino a zancadas
está escrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario